Si un día me avisaran que voy a morir en tres minutos y mi hijo durmiera en su cuarto y no quisiera molestarlo, posiblemente me acercaría a la biblioteca, tomaría Matadero cinco y se lo dejaría bajo la almohada.
Sería una forma de despedirme lo suficientemente alegre, como para no arruinar el momento, y hasta podría irme un poco más tranquilo, pensando que lo he dejado en buenas manos.
Léelo hasta que comprendas y llores y rías al leerlo, le diría entonces, sin hablarle, y averigua de paso sobre aquel que lo escribió.
Por último, sonreiría recordando algunos momentos y dedicaría esos últimos segundos, sin duda, a agradecer por todo (incluido este libro), desearle una vida plena y sentirme feliz.
H.R. – Departamento de Lengua y Literatura
*También podría dejarle otros libros, como Los hermanos Karamazov, Al este del Edén o algunos otros, pero esos son libros muy “guatones” como para dejarlos bajo una almohada.
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