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Resolución de misterios 1: El caso del delito imperfecto

Actualizado: 13 ago 2020

A continuación, te presentaremos la narración de un caso de misterio, que debes intentar resolver como si fueras un(a) detective.


Para ello, debes fijarte con atención en los distintos datos y elementos que se entregan en la historia, utilizando estrategias de selección de información, organización de datos y aplicando habilidades como deducir e inferir.


En esta oportunidad, compartiremos una historia protagonizada por los jóvenes detectives Amanda Amy Adams y Christopher Lince Collins.


La información puede estar desplegada tanto en la narración como en la imagen que ilustra el texto.



EL CASO DEL DELITO IMPERFECTO.


Lince divisó el pendiente de jade en la alfombra peluda del cuarto de estar.

—¡Mamá, lo encontré! —gritó.

El superdetective recogió el pendiente del suelo y fue a la cocina. Encontró a su madre registrando los cajones. Su padre, arrodillado, miraba bajo la mesa donde desayunaban, Nosey, la juguetona perra color canela de Lince, había metido la cabeza en el cubo de la basura.

—¡Por fin! —afirmó el señor Collins y suspiró aliviado.

—Buen trabajo. Lince —la señora Collins tomó el pendiente de manos de su hijo y le palmeó la espalda—. Sabía que si alguien iba a encontrarlo, serías tú.

—Mamá, basta averiguar dónde puede estar y luego usar los ojos —afirmó Lince.

—Así es, pero tú tienes una vista especial… y en eso radica la diferencia. Nosotros solo somos seres humanos corrientes y molientes —añadió el señor Collins sonriente.

Contenta de que la búsqueda del pendiente hubiera concluido, la señora Collins cerró aparadores y cajones.

—El martes por la noche estuve buscando más de una hora las llaves del coche — comentó el señor Collins. Añadió con orgullo—: Cuando Lince volvió a casa después de la reunión en el Campamento de los Ordenadores, le bastaron cinco minutos para encontrarlas.

—Lince, aunque todavía no hayas tenido que resolver ningún caso, esta semana te has ganado tu apodo —la señora Collins sonrió a su hijo.

En ese momento alguien llamó frenéticamente a la puerta principal de la casa. Nosey comenzó a ladrar y, al echar a correr hacia la puerta, derramó la basura.

—¡Yo abriré! —Gritó Lince corriendo tras la perra.

—¿Qué me dices de la basura? —preguntó la señora Collins—. Bueno, no te preocupes, yo la recogeré.

Lince y Nosey corrieron hasta la entrada de la casa. El superdetective sujetó a la perra del collar y abno la puerta. La señora Peterson, la canosa vecina, tenía la mano en el aire, preparada para volver a llamar.

—¡Lince, han cortado el cable del teléfono! —dejando atrás a Lince y a Nosey la señora irrumpió en la casa—. Deprisa, llama a la policía. ¡Han robado! —se retorció las manos—. Ay, es espantoso. Lince, ¿están tus padres en casa?

—Ahora mismo voy a buscarlos —corrió hasta el fondo de la casa—. ¡Mamá, papá, llamad al sargento Treadwell! ¡Han robado en casa de la señora Peterson!

Desde que el año pasado había conocido al sargento Treadwell, Lince había colaborado con él en diversos casos. Mientras la señora Collins telefoneaba a la comisaría. Lince y su padre se dirigían al pasillo de entrada.

—Ay, señor Collins, es terrible —dijo la señora Peterson—. Salí a comprar y, cuando volví, noté inmediatamente que había algo raro. Entré en la sala y vi que la puerta corredera de cristal que comunica con el patio estaba abierta de par en par. Todo estaba cubierto de trozos de cristal. ¡Alguien entró y robó el cuadro que me legó mi padre!

—¿Se habían ido cuando usted regresó? —inquirió Lince—. ¿Se llevaron algo más?

—Claro que se habían ido —la señora Peterson meditó—. Sí, creo que también se llevaron otras cosas, pero no sé exactamente cuáles. Vi el hueco vacío en la pared, grité y corrí hacia el teléfono, pero el cable estaba cortado.

—Es terrible —el señor Collins meneó la cabeza—. Últimamente ha habido muchos robos de cuadros. ¿Cómo llama el sargento Treadwell al ladrón? Ah, sí, el Hermano del Silbador. Me gustaría saber si ha sido él.

—Es posible —dijo la señora Peterson—. Oí decir que la semana pasada robaron dos cuadros del mismo modo. Tal vez se trate del mismo malhechor.

El señor Collins, que era abogado, añadió:

—Yo me ocupó del testamento de su padre y recuerdo ese cuadro —meneó la cabeza con pesar—. Era muy valioso. Supongo que está asegurado.

—¡Vale cincuenta mil dólares! —La señora Peterson se tapó los ojos y meneó la cabeza—. No sé con seguridad sí figura o no en mi póliza de seguros.

Lince silbó.

—Caray, cincuenta mil dólares. Con ese dinero podría arreglarme hasta el fin de mis días. No se preocupe, mamá llamó al sargento Treadwell, que llegará enseguida. Quizás Amy y yo podamos ayudarla. Señora Peterson, creo que conoce a Amy, mi vecina de enfrente. Ahora no está, pero regresará dentro de una hora, cuando acabe su entrenamiento deportivo.

La señora Peterson suspiró.

—Lince, te lo agradezco. He oído decir que sois muy hábiles como investigadores.

—Además del Hermano del Silbador, ¿sospecha de alguna otra persona que pudiera haber robado el cuadro? —preguntó Lince—. ¿Sospecha de alguien en particular?

La señora Peterson se quedó en actitud pensativa.

—Bueno, hace dos semanas tuve que echar a la mujer de la limpieza. La pesqué robando dinero de mi tocador.

El sargento Treadwell, un hombre bastante corpulento y algo calvo, llegó pocos minutos después. El sargento. Lince y el señor Collins fueron a casa de la señora Peterson. La noche era cálida y el barrio estaba muy tranquilo. La casa, tipo rancho, de la señora Peterson era parecida a la de Lince.

—Lince —dijo el sargento Treadwell mientras los conducía al interior de la casa —, como no traje la cámara fotográfica, espero que puedas hacer un dibujo del lugar del robo.

En Lakewood Hills todos sabían que Lince había ganado varios concursos estatales con sus dibujos y que a menudo resolvía casos dibujando la escena del delito.

—Trato hecho, Sarge.

—Hazlo como siempre: claro, realista y con todos los detalles.

Como de costumbre, el superdetective llevaba el bloc de dibujo y el bolígrafo en el bolsillo trasero del tejano.

—De acuerdo. La señora Peterson cree que el hombre al que tú llamas Hermano del Silbador o la anterior mujer de la limpieza robaron el cuadro.

—Quizás, quizás, quizás. ¡Ay! —El sargento Treadwell tropezó con el borde de la alfombra y cayó cuan largo era—. Es posible que aquí abajo haya algunas pistas — añadió con tono profesional, intentando disimular su torpeza.

El señor Collins guiñó un ojo a su hijo y salió al patio.

—Echaré un vistazo aquí afuera. Tal vez encuentre algo.

Lince permaneció en silencio en un ángulo de la sala. Estudió atentamente la estancia y reparó en algunas cosas que, a su juicio, estaban fuera de lugar. Entrecerró primero un ojo, luego el otro, caminó de un lado a otro, y por último comenzó a dibujar.

Lince dibujó rápidamente la sala, comenzando por las paredes, la puerta y la alfombra. Añadió el sofá y las mesas y, finalmente, todas las pistas en las que había reparado con su penetrante mirada.

El superdetective se dijo: «¡Es extraño, quienquiera que haya llevado el cuadro, pasó por alto la vajilla de plata, la cartera llena de dinero y el otro cuadro!».

Al dar los últimos trazos del dibujo, se dio cuenta de otra cosa, algo espantoso.

—¡Caray! —exclamó en voz alta—. ¡Ven! Sarge, mira esto. ¡Sé quién robó el cuadro de la señora Peterson!

¿Quién robó el cuadro de la señora Petersen?


M. Masters., en El misterio del perro secuestrado y otras historias



Puedes revisar la respuesta a este caso en el Solucionario III: Resolución a partir de análisis. También puedes aclarar alguna duda directamente con tu profesor de Lengua y Literatura a través del Contacto, en la página inicial.


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